Flores de corazón saturnino, mustio azulino
brotaron a la orilla de la tierra subliminal infrasombría.
En la pálida penumbra el amor lloró,
sus lágrimas hurtadas de los arroyos y suelos baldíos reprimidos.
¡Pero qué conducta tan fascinante la del fantasma afligido!
Su estela fue pronunciación de muerte sublime y tósigo desmedido
mientras que el alma herida ardía – cínica –
en el océano ventajoso aunque olvidado
de los confines de lo atávico inalcanzable.
“¡Levantad el velo, ser de lo más profundo,
noble masoquista de los tiempos más allá del tiempo!
Moráis como algo-nada más allá
del puente matriz y seno que infundió vida
a las ilusiones de la vida –
Vuestro umbral protegido por el caballero impío
quien no engendra más de ardua labor y fatiga
en las fauces de la luz diurna.
¡Arrastrad lo que fue frente a mí!
Este corazón no me pertenece a mí,
más sangro, más me arrastro sobre el vidrio de la verdad
solo para confesar –
Miradme con la memoria de los ojos
perceptivos y conscientes,
de vuestro esfuerzo y dolor en reminiscencia.
Abrazadme antes de que los arquitectos de la amargura
me expelen por la osadía de mi estancia y permanencia.”