Burdas luciérnagas sin piel trazaron el camino
de vuelta hacia la morada del ojo empírico
que supervisa todos los lazos del pasado, presente, y futuro por igual.
Es la florescencia –
la consciencia y sensibilidad que se arremolina
inmutable a los chillidos mortales
que elevan pilares de auto-adversidad.
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En la brisa yace el soplo de la sabiduría de la antigüedad.
En la brisa yace la respuesta a toda pregunta en honestidad.
Es la florescencia –
el vínculo sutil de la claridad balsámica
y el colector de la moneda en ligamentos de alquimia.
“¡La libertad es el modo y el camino!”,
arrancó de mi pecho y garganta,
ya que si los sentidos obedecieran solo un deseo,
serían exiliados más allá de los portales de la creatividad.
~*~
Burdas luciérnagas sin piel adornaron la corona de la noche
desde la cuna hasta el cenit,
observando las extrañas formas luminosas en la oscuridad.
Fue la florescencia –
el aliado de cristal que juzgó a los espejos gemelos
con el juicio de no ser paralelos para embarcar
en el viaje a través de las tierras impías de la llama infernal.